Hace 70 años nuestra ciudad sufrió el más duro golpe de su historia. El terremoto llegó de improviso y en instantes derrumbó todo, tomando miles de vidas y grabando a fuego el carácter de los que se quedaron a levantar una ciudad que - tras la tragedia- era una quimera.
Era una noche común de verano y nada presagiaba que la tierra golpearía con tal violencia a nuestra ciudad, pero el terremoto llegó de pronto
y de paso, una estela de muerte y destrucción azotó como nunca antes y después a nuestra querida tierra.
Lo que siguió al movimiento fue lo peor. El lamento de miles de voces no fue acallado hasta varios días después, cuando cientos de manos anónimas sacaron de entre los escombros a grandes y a niños para darles otra oportunidad de vivir, o cuando la muerte silenció definitivamente sueños, esperanzas y vidas que -antes de las 23:35 horas del 24 de enero de 1939- se desarrollaban en armonía y serenidad.
Los científicos señalan -con una certeza que asusta- que aquel designio de la naturaleza de hace siete décadas se volverá a repetir una y otra vez en nuestra ciudad y a lo largo del país. Los terremotos son quizás el rasgo más antiguo de un Chile curtido a lo largo de su historia por sismos y los chilenos de manera inconsciente -tenemos grabado en nuestro colectivo las cicatrices-, la experiencia de cientos de años viviendo en una tierra bella como pocas, pero que en su enojo puede segar en un instante miles de vidas humanas e incluso alterar su propia geografía.
Se cumplieron 70 años de la noche más triste de Chillán. Las casas se han vuelto a levantar, las lágrimas han pasado a ser risas, pero el recuerdo de los que cayeron permanece, así como el estado de alerta en el que debemos vivir por ser hijos de una tierra quepor su comportamiento sigue siendo objeto de estudio para la ciencia.
* ENTRE QUIRIHUE Y NINHUE
Las causas del terremoto hoy ya están claras y los estudios indican que se debió a una ruptura de la placa de Nazca, a diferencia de la mayoría de los movimientos sísmicos chilenos que son producto de la fricción entre dicha placa y la continental.
El terremoto tuvo una magnitud de ocho grados en la escala de Richter y el epicentro fue en algún lugar comprendido entre Quirihue y Ninhue, a unos 100 km. de profundidad. El sismo fue el resultado de tensiones subterráneas que quebraron la placa oceánica en la profundidad.
Por ello ocurrieron transformaciones geográficas, como la elevación de un metro de la cordillera de la costa en relación a la planicie litoral
y también la observancia el mismo fenómeno en la depresión central, a la altura de Quillón.
El sismo fue percibido en prácticamente en todo el país a excepción de Magallanes, pero el territorio que actualmente ocupa la Octava Región
fue el más dañado, siendo Chillán la urbe con mayor grado de destrucción. De los 41 mil habitantes que tenía la ciudad, 25 mil perecieron por los estragos que produjo el movimiento telúrico. Concepción también fue dañado de gravedad: Casi la mitad de sus edificaciones cayó y el resto de su infraestructura pública sufrió serios y cuantiosos daños que demoraron casi una década en ser subsanados.
* "LOS PERROS AULLABAN"
"Recordando después de tantos años, siempre me ha llamado la atención el hecho de que los perros aullaran tanto y que incluso las vacas hicieran ruido antes del temblor", señala Gustavo Quezada Herrera, agricultor de 93 años y a quien el terremoto lo encontró junto a su familia viviendo cerca de San Nicolás.
Hoy está casi probado científicamente que los animales perciben antes que los humanos la cercanía de una catástrofe, pero en aquel tiempo ni
él ni su padre advirtieron dicha correlación. Todo empezó a moverse y gritó a los demás que salieran rápido.
"La casa no cayó, pero dormimos lo que pudimos esa noche con temblores a cada rato y veíamos desde el "alto", en que estaba la casa, los incendios que habían en Chillán. Teníamos unas primas de visita y yo le había pasado mi pieza a mi papá, por suerte, porque un escritorio de patas anchas lo cubrió de los adobes que cayeron", dice hoy mirando al cielo perdidamente, signo inequívoco de que está hurgando en los recuerdos. Gustavo Quezada es aún un hombre ágil, pero hace 70 años lo era más aún y esa noche antes del alba tomó su caballo y se vino al galope a Chillán. En el río Ñuble no tuvo problemas para pasar, pero el espectáculo que vio desde la Cruz de Rifo (actual avenida Francia) lo marcó para siempre: "Por donde entré sólo lo que es hoy el Club Ñuble y la casa de los Etchevers estaba en pie. Estaba desolado. Yo vine
a ver la casa que teníamos en Arauco y para saber cómo estaban algunos familiares. Recuerdo el olor que había a los dos o tres días después del temblor. No se podía respirar por la descomposición. Menos mal que a un niñito lo sacaron como una semana después de entre los escombros".
* OTRO TESTIGO
Luis Avilés Mora nació en Chillán hace 84 años, pero el destino quiso que fuera testigo del terremoto en Canelillo, un antiguo villorio ubicado entre Yungay y Pemuco, en donde su padre estaba a cargo del retén policial. "Vivíamos en el mismo retén con el resto de la familia. No recuerdo temblores ni nada que presagiase lo que iba a ocurrir. El terremoto nos pill� durmiendo y -aunque la fuerza del temblor era para que todo se fuese al suelo- el retencito de madera aguantó el movimiento. Yo medio dormido me di cuenta de todo cuando ya estaba afuera. Supe que era grave lo que había pasado cuando vi que pasaban vehículos tanto para Chillán como para Yungay", recuerda el también carabinero -hoy en retiro- sobre la noche de la tragedia.
Don Luis tenía un hermano mayor que fue enviado por su padre a Chillán para saber sobre el resto de la familia. El traspaso oral permanece aún indemne: "Cuando él llegó tuvo que caminar por arriba de los escombros para llegar a la casa de los abuelitos, que estaba en Sargento Aldea al llegar a Itata. Siempre contaba con la cara alterada sobre el rio de sangre que salía desde el teatro derrumbado".
* "POR CADA ESTRELLA UN MUERTO"
Quiso la fortuna que Berta Dueñas Rodríguez estuviese en el campo de su familia en Rucapequén la noche del terremoto, de lo contrario probablemente su suerte hubiese sido distinta. Recuerdo que hacía mucho calor y mi padre había salido.
"Cuando tembló nos metimos en el umbral de una puerta y el techo de la casa cayó hacia afuera. El papá nos sacó cuando llegó y esa noche dormimos bajo un peral con la abuelita. Disfrutamos con las estrellas fugaces que cayeron, hasta que un mayordomo nos dijo que cada estrella
que caía era un muerto del temblor", señala la madre del concejal Gustavo Sanhueza, antes de agregar a su relato la reacción que tuvo
la cabeza de su familia al día siguiente: "Mi papá salió a Chillán al otro día temprano para ver al resto de la familia, pero llegó ocho días después porque se quedó a ayudar en el rescate de las víctimas. El traía de vuelta carretas con frutas, pero se las requisaron para trasladar a los cadáveres. Yo vine a Chillán a las dos semanas en el tren ramal y a la llegada a la estación nos vacunaron. Cuando llegamos a
la casa nos dimos cuenta que se robaron todos los muebles y sólo encontramos algunos libros. El saqueo fue tremendo y lloré mucho la pérdida de una prima. Nos vinimos a la ciudad recién en 1945 y en esa fecha todavía quedaban muchísimas casas por levantar aún".
* RECUERDO DE UN NIÑO DE OCHO AÑOS
A pesar de ser un niño que aún no cumplía ocho años, Mario Norambuena Pardo recuerda con exactitud su propio terremoto.
El vivía en el barrio Ultraestación, pero por razones que no recuerda esa noche estaba en la casa de un primo mayor que ya estaba casado y que vivía con su familia en la vereda oriente de la avenida Argentina, justo en la intersección con calle El Roble.
"La verdad es que yo no escuché ni sentí el temblor y desperté completamente enterrado como el resto de los habitantes de la casa. Mi primo se lesionó la espalda, pero nada de cuidado y después de un largo rato nos movimos. Recuerdo la cantidad de polvo suelto por los derrumbes y menos mal que la casa de al lado no cayó encima, porque estuvimos como dos metros debajo de los escombros. Afortunadamente se filtraba algo de aire y nos pudieron rescatar después de un par de horas. Creo que todo Chillán durmió bajo las estrellas esa noche, pero al otro día el cielo se nubló
y casi se puso a llover, lo que habría sido terrible decía mi primo", rememora Don Mario, quien aún trabaja en el rubro metalmecánico y hasta se acuerda de la llegada de los militares al día siguiente de la tragedia: "Llegaron los -milicos-, pero no tenían ni comida, aunque jugaron conmigo y se dedicaron a -hacer puntería-. Al resto de mi familia la vi después de muchos días, pero no les pasó nada. Recuerdo que mi papá decía que toda la gente se iría a Santiago e incluso regalaron cosas, pero al final nunca nos fuimos".
A los pocos días del sismo el balance era desolador: Chillán prácticamente había desaparecido, perdido más de la mitad de su población y -los pocos habitantes que quedaban- partían en masa hacia la capital en busca de un mejor y más seguro futuro. Familias enteras de chillanejos se perdieron en ese masivo éxodo y la mayoría de ellos nunca regresó a esta tierra, sólo los más obstinados se pusieron la meta de la reconstrucción, de levantar -casi majaderamente- una ciudad a esas alturas inviable.
El historiador Marco Aurelio Reyes es elocuente: "Sólo los más capaces y los más grandes hombres tomaron entre sus manos la tarea
de levantar de nuevo a Chillán".
LA DISCUSIÓN dejó de ser publicado hasta marzo del mismo año y, cuando volvió a circular, el periodista Alfonso Lagos Villar escribió un editorial que hasta hoy retrata fielmente la madera de que estaba hecho él y el resto de los notables que levantaron de nuevo esta cuna de
héroes y artistas: "Reconstruyámosnos". El intendente Pedro Poblete Vera, el coronel Galvarino Zúñiga, Otto Schaeffer, Guillermo Franke y el obispo Jorge Larraín Cotapos fueron sólo algunos de los hombres y mujeres que -junto a quienes dieron su testimonio en estas páginas y otros miles anónimos ayudaron de diferentes formas a poner de pie una ciudad- que en sólo tres minutos quedó de rodillas, a punto de extinguirse entre llamas y escombros; entre sollozos y gritos de dolor inolvidables.
Han pasado los años, ya no hay casas destruidas y quedan pocos testigos de esa fatal noche de enero. Chillán ha aprendido a vivir con el recuerdo de los que partieron y -lo más importante- sus habitantes aprendieron la lección y con el paso del tiempo formaron un carácter único, perseverante y mucho más resistente que el observado en otras latitudes.
El destino quiso que la tragedia nos golpeara en este rincón del mundo, pero fuimos nosotros los que decidimos torcer la mano al destino, ir contra los pronósticos y -a partir de unos pocos adobes que quedaron en pie- construir la ciudad en la que hoy tenemos la suerte de vivir.
"Disfrutamos con las estrellas fugaces que cayeron, hasta que un mayordomo nos dijo que cada estrella que caía era un muerto del temblor", decía Berta Dueñas Rodríguez.
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