A cinco años del terremoto de 1570 en Concepción similar calamidad azotaría las ciudades australes de Chile.
En los manuscritos de Mariño de Lobera se describe la catástrofe:
"Era cosa que erizaba los cabellos y ponía los rostros amarillos, el ver menearse la tierra tanta prisa y con tanta furia que no solamente caían los
edificios, sino también las personas sin poder detenerse en pie, aunque se asían unos de otros para afirmarse en el suelo".
Poco después sobrevino la salida del mar: "Y fue tanto su furor y braveza, que entró tres leguas por la tierra adentro, donde dejó gran suma de
peces muertos, de cuyas especies nunca se habían visto otras en este reino".
FUENTE: Historia de Chile Ilustrada, Encina - Castedo, publicación de Las Ultimas Noticias, Santiago
A fines de abril de 1575 llegaba a La Serena el licenciado Gonzalo Calderón, nombrado por el Rey teniente de gobernador del reino. Era un abogado joven
e impetuoso que venía envanecido con las prerrogativas de su cargo, y que llegó a pretender que sus facultades no eran inferiores a las del Gobernador.
Desde que se trasladó a Concepción a tomar la residencia a la Audiencia, comenzaron a nacer dificultades de detalle, que luego se hicieron extensivas a
sus relaciones con el mismo Quiroga. Pero éstos no eran, en realidad, los más serios problemas de la situación.
Las necesidades y apremios de la guerra, mantenían la alarma en la colonia, imponían sacrificios de toda naturaleza y preocupaban todos los ánimos.
Al poco tiempo de iniciado el gobierno de Quiroga, dos fenómenos naturales, que los supersticiosos españoles llamaban prodigios, vinieron a producir el
pavor y a hacer nacer los más tristes presentimientos.
El 17 de marzo de 1575, a las diez de la mañana, se hizo sentir en Santiago un sacudimiento de tierra de poca intensidad, pero de bastante prolongación,
que conmovió los edificios y que sin derribar ninguno, abrió algunas paredes. El pueblo tomó este temblor por aviso de Dios. Antes de terminar ese año,
ocurrió en Valdivia otro terremoto mucho más tremendo en sus sacudimientos y en sus estragos.
El 16 de diciembre de 1575, hora y media antes de oscurecerse, "comenzó a temblar la tierra con gran rumor y estruendo, yendo siempre el terremoto
en crecimiento sin cesar de hacer daño, derribando tejados, techumbres y paredes, con tanto espanto de la gente, que estaban atónitas y fuera de sí
de ver un caso tan extraordinario. No se puede pintar ni descubrir la manera de esta furiosa tempestad que parecía ser el fin del mundo, cuya prisa fue tal
que no dio lugar a muchas personas a salir de sus casas, y así perecieron enterradas en vida, cayendo sobre ellas las grandes máquinas de los edificios.
Era cosa que erizaba los cabellos y ponía los rostros amarillos, el ver menearse la tierra tan aprisa y con tanta furia que no solamente caían los edificios
sino también las personas, sin poderse tener en pie, aunque se asían unos de otros para afirmarse en el suelo. Demás de esto, mientras la tierra estaba
temblando por espacio de un cuarto de hora, se vio en el caudaloso río, por donde los navíos suelen subir sin riesgo, una cosa notabilísima, y fue que en
cierta parte de él se dividió el agua corriendo la una parte de ella hacia la mar, y la otra parte río arriba, quedando en aquel lugar el suelo descubierto
de suerte que se veían las piedras. Ultra de esto salió la mar de sus límites y linderos, corriendo con tanta velocidad por la tierra adentro como el río
de más ímpetu del mundo. Y fue tanto su furor y su braveza, que entró tres leguas por la tierra adentro, donde dejó gran suma de peces muertos, de cuyas
especies nunca se habían visto en este reino. Y entre estas borrascas y remolinos se perdieron dos navíos que estaban en este puerto, y la ciudad quedó
arrasada por tierra, sin quedar pared en ella que no se arruinase".
Los habitantes de la ciudad de Valdivia se vieron reducidos a vivir a campo raso, expuestos a las lluvias, privados de alimentos y sin creerse allí mismo
seguros, porque por muchas partes, se abría la tierra frecuentemente con los temblores que sobrevenían cada media hora, sin cesar esta frecuencia por
espacio de cuarenta días. Los caballos, los perros, los animales todos, corrían de un punto a otro aterrorizados, y aumentando la confusión y el pavor.
El terremoto se había hecho sentir en todas las ciudades australes, y en todas ellas causó los más terribles estragos.
"En un momento, dice el gobernador Quiroga, derribó las casas y templos de cinco ciudades, que fueron: la Imperial, Ciudad rica (Villarrica), Osorno,
Castro y Valdivia, y salió la mar de su curso ordinario, de tal manera que en la costa de la Imperial se ahogaron casi cien ánimas de indios, y en el
puerto de Valdivia dieron al través dos navíos que allá estaban surtos, y mató el temblor veinte y tantas personas entre hombres, mujeres y niños".
Quiroga agrega que, por su parte, había hecho todo lo posible por reparar aquellos males. "Yo he mandado hacer plegarias y procesiones, dice, suplicando
a nuestro Señor aleje de sobre nosotros su indignación".
Como si la cosas no fueran suficientemente difíciles para los conquistadores de la época, los indios de la región, tranquilos y pacíficos hasta entonces,
pero hastiados, sin duda, de los malos tratamientos que les daban los españoles, e incitados a la rebelión por las tribus que sostenían con tan buen éxito
la resistencia, se aprovecharon de la perturbación producida por el terremoto, tomaron las armas y emprendieron la guerra en marzo de 1576 con poca fortuna
en el principio, pero con la más decidida resolución.
En medio de lucha y de la situación precaria y miserable a que los sometía la destrucción de sus casas y los demás estragos causados por el terremoto del
16 de diciembre, los vecinos de Valdivia pasaron todavía por otro cataclismo no menos peligroso y aterrorizador que el mismo terremoto.
Al oriente de la ciudad, en las faldas de la cordillera, el sacudimiento de la tierra había desplomado un cerro, precipitándolo sobre la caja del río que
sale del lago de Riñihue y va a formar el río de Valdivia. Esos materiales formaron una especie de dique que atajaba el curso de las aguas. Subsistió este
estado de cosas durante cuatro meses, aumentando considerablemente los depósitos del lago; pero a fines de abril de 1576, las aguas detenidas, engrosadas extraordinariamente con las copiosas lluvias del otoño, rompieron ese dique y corrieron con gran estrépito, desbordándose en los campos vecinos, arrancando los
árboles que encontraban a su paso y arrastrando las chozas de los indios de todas las inmediaciones.
En Valdivia, los efectos de esta inundación fueron verdaderamente desastrosos. El capitán Mariño de Lobera, que desempeñaba este año el cargo de corregidor,
en previsión de este accidente, había dispuesto que los vecinos de la destruida ciudad, establecieran sus habitaciones provisorias en una altura inmediata.
"Con todo eso, cuando llegó la furiosa avenida, puso a la gente en tan grande aprieto que entendieron no quedara hombre con vida, porque el agua iba siempre creciendo de suerte que iba llegando cerca de la altura de la loma donde está el pueblo; y por estar todo cercado de agua, no era posible salir para guarecerse
en los cerros, si no era algunos indios que iban a nado, de los cuales morían muchos en el camino topando en los troncos de los árboles, y enredándose en sus ramas. Lo que ponía más lástima a los españoles era ver a muchos indios que venían por el río encima de sus casas, y corrían a dar consigo a la mar, aunque
algunos se echaban a nado y subían a la ciudad como mejor podían. Esto mismo hacían los caballos, y otros animales que acertaban a dar en aquel sitio procurando guarecerse con el instinto natural que les movía. En este tiempo no se entendía en otra cosa sino en disciplinas, oraciones y procesiones, todo envuelto en
hartas lágrimas para vencer con ellas la pujanza del agua, aplacando al Señor que la movía. Cuya clemencia se mostró allí como siempre, poniendo límite al crecimiento, a la hora de medio día, porque aunque siempre el agua fue corriendo por el espacio de tres días, era esto al peso a que había llegado a esta hora,
sin ir en más aumento como había ido hasta entonces. Finalmente, fue bajando el agua al cabo de tres días, habiendo muerto más de mil y doscientos indios y gran número de reses, sin contarse aquí la destrucción de casas, chacras y huertas, que fuera cosa inaccesible".
VERSIÓN MAPUCHE
Cada vez que temblaba, los aborígenes corrían a los cerros (donde habitaba el Ten Ten) con sus hijos y comida para varios días transportada en platos de madera sobre sus cabezas. Le temían al gran diluvio, que ya había ocurrido antes, debido a que el dios de las aguas, una enorme culebra llamada Cay Cay, hacía salir
las aguas del mar súbitamente para sorprender y destruir al dios de la tierra (Ten Ten o Tren Tren) acabando de paso con toda la gente. Ten Ten les había aconsejado ascender hasta los cerros más alto so pena de ser convertidos en peces, animales marinos o rocas a los que no lo hicieran.
Ya una vez había ocurrido tal cosa años atrás, cuando Cay Cay hizo subir las aguas de tal manera que aún los hombres en las cimas de los cerros
peligraban ser inundados. Tuvo entonces Ten Ten que hacer subir los cerros para salvarlos. Tan alto subió los cerros, hasta cerca del sol, que los hombres comenzaron a sufrir insolación, de la que se salvaron cubriendo sus cabezas con los platos de madera en que habían llevado sus víveres.
Cay Cay no pudo más y tuvo que replegarse lleno de rabia, con terribles bramidos, prometiendo vengarse.
Las aguas inmediatamente volvieron a sus niveles normales.
Cuentan los cronistas que después de ese episodio los mapuches celebraron nguillatunes e incluso habrían sacrificado un niño para ofrendarlo,
descuartizado, al Dios de las aguas.
FUENTE: Historia General de Chile, Diego Barros Arana
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